3.11.09

-Disculpame, ¿Está ocupado? -me dijo despreocupada y tranquila, tal vez había salido a relajarse como yo.
-No, no, sentate- dije abrumado por su belleza, aún apática se sentó junto a mi, y sin voltearme a ver, volvió la cabeza al río.
-Linda tarde, ¿no? -dijo sin muchas ganas, mientras que su rostro reflejaba su melancolía.
-Linda.. -dije sin muchas ganas yo tampoco. Su melancolía ahora se pegaba a mí.
Nos encontrábamos mirando el río, pensando en nuestras propias causas de melancolía.


La extraño... quisiera, tan solo, poder abrazarla y decirle que la adoro con cada partede mi ser, que la amo como nunca amé... ella lo sabe, y lo sabe muy bien. Pero yo también sé, sé que ella lo hace, pero no igual, ella me ve, como un pasado. Un extraño pasado demasiado masoquista como para seguir hablandole todos los días y arriesgarse a que uno de esos infinitos días algún imbécil la llegue a notar como yo lo hice, como yo lo hago, como yo lo haré, y ella le de un "si", el "gran si", ese "si" que yo jamás recibiré.


-¿Por qué llorás? Si no es mucha intromisión. -preguntó la chica, ahora con cierta empatía en su voz.
Mi mano saltó a mi cara casi como reflejo a secar aquella prueba de mi amor no correspondido.
-Uh, no me había fijado... -dije en evasiva. Tal vez no se lo tomaría tan bien si se lo contara.
-Yo también estoy triste -dijo mirandome, al notar que no me sacaría mucho sin ella antes exponerse un poco. Bajo su rostro, intentando evadir sospechas de dolor- él... él mintió-.


En ese momento supe de que hablaba. Había escuchado ya casos iguales, pero jamás me había pasado a mí. Hasta donde mi conocimiento llegaba, era un dolor insoportable, algo con lo que se dificultaba vivir el día a día, el dolor de un corazón roto. No emití frase alguna. Su rostro desapareció en sus manos entremetidas, recostadas en sus piernas, dejando caer un mechón de cabello sobre su bello rostro dolido.


-Él dijo... que jamás, jamás me dejaría. Él dijo que... –silenciándose por un momento- él me hizo creer. Él me hizo creer que yo era la única en el mundo, en su mundo, y le creí. También, él, me hizo creer que no había belleza comparada con la que tenía ante sí, y le creí. Él me hizo creer que jamás se separaría de mí, que jamás me dejaría. Y, nuevamente, le creí. Yo le creí, cada una de sus poesías, cada una de sus prosas. Prosas que me dedicaba y dedicaría por el resto de nuestras vidas, y en prueba de mi fe a él, le entregué lo único que podía valer tanto como para mantenerlo conmigo. Le di mi corazón. Se lo entregué, se lo obsequie, sin vacilar, pendiendo sólo de lo que sus palabras me decían.


Por su rostro habían corrido varias lágrimas mientras se confesaba, y sentí el terrible dolor que había sentido yo al recibir el no. No sé sí se podía comparar con su dolor, pero me sentí abatido, pero por respeto, no lloré. Esperé a que terminara.


-Y un día –dijo mirando al río, dejando caer lágrimas- uno de esos infinitos días en los que yo sentía que la felicidad no iba a acabar, de repente, comencé a ver cómo empezaba a apagarse. Al principio no lo creí, quise negarlo, quise creer que era sólo un mal momento, que todo pasaría al día siguiente. Pero lo único que pasaba al día siguiente era que el mal momento crecía y crecía, y cada vez podía hacer menos para recuperar aquellos remotos días de felicidad.


El silencio reinó, y supuse que el resto era no más que solo dolor y tristeza. El odio que sentía por todos aquellos que tienen a la persona más dulce y bella era inmenso. Sigo sin comprender que lleguen a hacer eso. Que lleguen a sentir que necesitan algo más, y desaparezcan tan fácil como si no fuesen seres con sentimientos, con emociones, comprensivos. No logro entender, como es posible que lleguen a despreciar algo tan hermoso como un corazón totalmente entregado.


-¿Te pasó igual? -preguntó secando sus lágrimas, viendo que las mías brotaban ahora.
-No -dije serio- pero detesto a los que hacen eso. No merecen ese corazón ingenuo que, sin dudas y con mucho amor, se les fue entregado, simplemente no lo merecen- Una sonrisa asomó en su rostro.
-Gracias por escucharme -dijo más tranquila, y se acercó a darme un abrazo el cual yo venía queriendo darle desde el momento en que derramó la primera lágrima.
-Gracias por confiar en mi- le respondí instantáneamente,- no merece tus lágrimas –dije, mientras secaba la última lágrima que derramó.
Mi cara era demasiado seria. Tanto que le dio gracia, y soltó una pequeña risa.
-Ella también se lo pierde... -dijo con una sonrisa, recostándose en mi hombro. Me puse rígido por unos momentos y después me tranquilicé, había comprendido.
-Intenta convencerla... -dijo, y en ese momento ambos reímos y nos dedicamos a ver el río, más tranquilos que cuando habíamos llegado. Pensando tan solo en el destino que nos esperaba..

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